miércoles, febrero 20, 2008

Azogalia




A simple vista, Azogalia era una ciudad como muchas otras. Estaba dividida en dos partes (Azogalia Norte y Azogalia Sur) por un río cuya principal característica era una perfecta y llamativa rectitud. Tal vez el río se permitiera alguna ondulación en las entrañas del bosque ubicado en el límite Oeste, desde donde surgía, o luego de perderse en las del bosque Este, pero nadie era capaz de asegurarlo. En realidad, se trataba de un único bosque; un inmenso y enmarañado anillo de árboles que rodeaba completamente la ciudad. Se hacía muy difícil navegar el río más allá de los límites de Azogalia, ya que allí, además de acercarse las orillas considerablemente entre sí, la espesura del bosque parecía abalanzarse sobre el agua.

Muy bien, puede decirse entonces que Azogalia era un poblado ubicado en una especie de gigantesco claro. Para completar la descripción geográfica, diremos que más allá del bosque Norte se levantaba una inmensa montaña que se cubría de nieve en invierno y que jamás había sido bautizada. Era simplemente “la montaña”. Todo parece indicar que la ausencia de nombre era consecuencia de que ningún habitante de Azogalia hubiera llegado jamás hasta su pie, y muchísimo menos a escalar sus laderas. A su vez (y esto sí se sabe con certeza), la explicación de esta última abstinencia radica en que los Azogálicos tenían un terror por el bosque que sistemáticamente se transmitía de generación en generación. Es decir: no había ningún problema con la montaña, lo inadmisible era adentrarse en el bosque para llegar hasta ella.

Tras esta breve introducción, pueden ser citadas las características que hacían de ésta una cuidad más que particular, y finalmente, ser narrados los hechos ocurridos en Azogalia. Hechos que vinieron a sacudir siglos de la más tranquila y cotidiana monotonía.

Desde el nacimiento mismo de la ciudad, tenía lugar en sus tierras algo muy particular: todo lo que existía y sucedía en Azogalia Norte se repetía de modo simétrico en Azogalia Sur; o viceversa, según como quisiera verse, porque todo ocurría simultáneamente. De esta manera si por ejemplo, en un determinado momento un hombre estornudaba en una esquina de Azogalia Norte, idéntica escena tenía lugar en una esquina de Azogalia Sur, como reflejada en un espejo.

Cada Azogálico y Azogálica tenía un doble del otro lado del río. Lo único que los diferenciaba era que si uno era diestro, el otro era zurdo y viceversa (En realidad, toda la estructura de sus cuerpos era opuesta; si A tenía un lunar en la mejilla derecha, B lo llevaba sobre la izquierda; incluso la disposición interna de sus órganos parecía ser el resultado de un reflejo). Cada casa, cada calle, cada árbol se encontraba replicado en ambos lados de la ciudad.

El alfabeto de los Azogálicos estaba constituido exclusivamente por símbolos simétricos, y las palabras se conformaban de manera tal que era posible leerlas en ambos sentidos. Los caracteres O, + y 8 podrían haber formado parte de ese alfabeto, y “O+8+O” o “V+V” podrían haber sido palabras escritas en Azogálico. Los textos se escribían y leían de arriba hacia abajo ubicando una sola palabra por línea. Los libros en Azogalia se imprimían sobre hojas mucho más altas que anchas que luego eran unidas por dos o tres argollas en el extremo superior. Esta forma de escritura hacía posible que los habitantes de ambas partes de la ciudad pudieran leer textos escritos al otro lado del río.

Existía en Azogalia un único puente. Estaba hecho de piedra y tenía muchísimos años de antigüedad. En ese entonces, los habitantes del Sur comenzaron la construcción simultáneamente con los del Norte, encontrándose exactamente sobre la mitad del río. El motivo de que ese puente fuera el único en la ciudad residía en que no tardaron en descubrir que el mismo carecía de toda utilidad. Cuando un Azogálico se disponía a cruzar el puente, su par iniciaba la misma acción en el extremo opuesto, encontrándose ambos irremediablemente en la mitad (a decir verdad, podrían haber previsto el fracaso: nunca había sido extraño ver pájaros colisionando sobre el río, era algo que sucedía constantemente). Al principio hubo algunos testarudos (por no decir idiotas) que insistían en sus intentos por cruzar, obteniendo no más que dolorosos choques de cabezas. Otros llegaban a la mitad del puente e intentaban coordinar los movimientos con su doble, pero era inútil. Cuando uno giraba hacia su izquierda el otro lo hacía hacia su derecha, impidiéndose mutuamente el paso. Finalmente se resignaron y entendieron que no podrían cruzar hacia la otra orilla. Al mismo tiempo se consolaron pensando en que estar de un lado u otro de la ciudad no suponía mayor diferencia.

Mas allá de esto, los Azogálicos eran gente sencilla y feliz, y su vida transcurría sin sobresaltos. Eso hasta que cierto día, ocurrió algo totalmente inédito en la historia de la ciudad: un viajero llegó hasta sus tierras. Hasta ese momento, Azogalia había permanecido totalmente aislada del resto del mundo; nadie había sabido de su existencia, así como tampoco sus habitantes conocían (ni estaban interesados en conocer) lo que pudiera haber más allá del bosque.

Se trataba de un hombre que varios años atrás había partido de su hogar para recorrer el mundo. Demostrando gran coraje y espíritu aventurero, había logrado caminar bordeando el río abriéndose paso entre el follaje, para finalmente ingresar en Azogalia por el extremo Este. Sintió gran felicidad al llegar a la ciudad, se encontraba extenuado y algo maltrecho luego de una larga y ardua travesía por el bosque. Luego de caminar algunos kilómetros por la orilla del río, encontró a un grupo de niños jugando uno de los juegos típicos de Azogalia, que consistía en ir hasta la orilla y arrojar piedras hacia el otro lado. El pasatiempo carecía de todo riesgo ya que las rocas chocaban indefectiblemente en el aire contra las lanzadas desde el extremo opuesto y caían al agua. Intentando ganar la confianza de los niños, el viajero levantó una pesada piedra del suelo y tomando un gran impulso, la arrojó con todas sus fuerzas hacia el otro lado.

Y ahí fue donde todo empezó, porque junto con el vidrio de una panadería, el equilibrio que había imperado hasta ese momento estalló en incontables añicos. ¡Por primera vez, podían encontrarse diferencias entre Azogalia del Norte y Azogalia del Sur! De un lado había un vidrio roto y un panadero insultando enérgicamente. Del otro, el vidrio seguía intacto y el panadero atendía tranquilamente a sus clientes.

Entonces el viajero divisó el puente a unos metros de allí y, totalmente avergonzado, corrió para cruzarlo y disculparse con el panadero. Les fue imposible comunicarse, ninguno podía entender ni una palabra de lo que el otro decía. En ambas orillas del río, los Azogálicos que se encontraban cerca del lugar, observaban absortos lo que sucedía. Los del Sur miraban el vidrio roto en la orilla opuesta y al viajero intentando comunicarse con el panadero, mientras que los del Norte se acercaban a la panadería para averiguar a que se debía semejante alboroto. El panadero sureño fue el primero en percatarse de que si observaba la orilla de enfrente, ya no veía a un hombre igual a él realizando idénticos movimientos. Sus ojos se abrieron enormemente, luego de lo cual echó a correr. Llegó hasta el puente lo más rápido que pudo y, con el corazón latiendo muy rápido dentro del pecho, lo cruzó. Al llegar al otro lado, continuó su carrera hasta quedar parado frente a su doble. Se miraron fijamente por unos segundos sin decir nada. Luego, ambos miraron al viajero y se abrazaron al tiempo que daban saltos y gritos de alegría. En otras zonas de la ciudad, el efecto especular aún seguía actuando, aunque a esa altura, sus horas estaban contadas.

Los días siguientes fueron, como era de esperar, de gran revolución. Como ahora podían cruzar el puente, para evitar confusiones entre los dobles, los Azogálicos del Sur comenzaron a identificarse con un distintivo verde en el pecho, mientras que los del Norte utilizaban uno rojo. Hubiera bastado con observar si una persona escribía de izquierda a derecha o en sentido contrario para determinar su orilla de origen, pero hay que reconocer que los distintivos eran más prácticos.

La nueva vida tenía también su lado triste. En los tiempos anteriores a la llegada del viajero, la muerte se producía de modo simétrico, pero ahora era muy duro para un Azogálico asistir al funeral de su opuesto.

Con el correr de los días y los años, los dos lados de la ciudad fueron diferenciándose entre sí hasta ser completamente distintos. Incluso varios puentes fueron construidos sobre el río. El paso del tiempo, también permitió que el viajero pudiera aprender el idioma y familiarizarse con las costumbres de la ciudad. Era la persona más querida y admirada, y se encontraba muy a gusto allí. Pero seguía siendo un viajero y, sobre todo, un aventurero, por lo cual un día decidió partir. Aunque la noticia causó gran congoja, se realizaron varias fiestas de despedida. El viajero decidió que seguiría su camino atravesando el bosque Norte y escalando la gran montaña, cuyo pie alcanzó luego de una extensa caminata entre los árboles. Era primavera, por lo cual las laderas estaban vestidas de un verde brillante y amigable. Varias horas, casi un día y medio, tardó en escalar hasta la cima. Cuando le faltaban algunos metros para cruzar hacia el otro lado, giró sobre sí para observar Azogalia por última vez. Se trataba sin dudas, al menos hasta ese momento, de la mejor estación de su largo viaje. Mientras miraba hacia abajo, respiró hondo sintiéndose satisfecho y regocijado por haber podido romper el equilibrio que de otra forma aún seguiría intacto. Volvió a girar y entonces sí, se dispuso a cruzar hacia el otro lado de la montaña. Ahí fue que se encontraron, como dos pájaros queriendo sobrevolar el río.

3 comentarios:

Na dijo...

Me encanto.. por momentos crei que estaba leyendo una historia de " Remedio para melancolicos" de Bradbury...hermoso

Saludos

Natsuki dijo...

Saludos desde Barcelona, Matías!
Rastreando entradas antiguas en mi blog he visto un comentario tuyo casi al principio, recién estrenado, en los relatos del Extranjero ;-)

Muchas gracias por tu visita :-D

Un abrazo soleado!!!

· M. Florencia Sosa dijo...

Holaaa!, recién veo tu comentario en el blog!, no me había dado cuenta antes. Gracias por lo dicho.
Si, saco con rollo!, jaja, con mi Pentax "nueva, de hace treinta años". Es muy recomendable sacar con cámara no-digital, jeje, yo lo disfruto mucho.

Saludos!