lunes, noviembre 10, 2008

Proskenion

La puerta vaivén mezcló durante algunos segundos el aire frío de la noche con el vaho cálido del bar. Los vidrios lloran cuando es así. Condensación. El recién ingresado caminó hasta la barra y se sentó sobre una de las banquetas de madera. Antes, en el trayecto, saludó a los habitués del lugar sentados a las mesas. Viejos conocidos. Cerca, banqueta vacía de por medio, un nuevo desconocido. Borracho. Cualquiera lo hubiera notado a un kilómetro de distancia. Saludó al hombre tras la barra y le pidió lo de siempre. Cerveza. El borracho tomaba Whisky. Su espalda estaba tan encorvada como una herradura y parecía que iba a caerse en cualquier momento. No levantó la mirada, sólo el índice derecho para pedir otra medida. Era una noche tranquila en el bar. Demasiado tranquila. Por eso el hombre se mostró interesado cuando después de algunos minutos, con una seña y un balbuceo cargado de alcohol, su vecino lo invitó a sentarse en la banqueta vacía. Pensó que, aún sin ser un programa enormemente prometedor, intercambiar algunas palabras podría ser más interesante que seguir mirando el televisor.


- Buenas noches mi amigo. Lo estaba observando y pensé que tal vez podría estar usted interesado en escuchar algunas cosas que tengo para contarle. Por eso me tomé el atrevimiento de invitarlo a acercarse.


Arrastraba un poco las palabras, pero podía entenderse lo que decía.


- Es del teatro que quiero hablarle. No, no de ese teatro, de ninguno que usted conozca. O mejor dicho, de ninguno que usted recuerde. Porque usted ha estado en el teatro al que me refiero, miles de veces. Todos han estado allí. Todos lo visitan cada vez que duermen, pero ninguno lo recuerda.


Un demente. Absolutamente loco. Hay que seguirles la corriente. Prometía ser divertido.


- Créame que cada vez que usted se duerme, aparece en el teatro. No está en ningún lugar, no se puede llegar despierto. Y no me malinterprete, no hablo de sueños. Los sueños sí se recuerdan a veces. En cambio nunca nadie recuerda haber estado en el teatro. Sucede en el instante mismo en que usted se duerme. ¿Puede acaso describir o decir que siente en el momento preciso en que pasa de la vigilia al sueño? Todos lo experimentan a diario, pero nadie podría describirlo, porque no es posible recordarlo. Ahí es cuando sucede. Usted ingresa caminando, el lugar está completamente vacío. Cientos de butacas. Rotas, algunas más que otras, arañadas, luciendo el despojo de lo que alguna vez fuera un rojo oscuro, profundo, elegante. El encierro sofoca, el aire asquea y se pega a la garganta con un olor agrio al que uno se acostumbra lentamente. Poca luz, muy poca. Lúgubre. Esa es la palabra que mejor lo define. Podría encontrar centenares de calificativos, pero el teatro es por sobre todas las cosas un lugar lúgubre.

Cuando finalmente se decide por una de las butacas, usted toma asiento. Único espectador. El telón se abre y los actores entran al escenario para representar por enésima vez la misma escena: la escena de su muerte. Una y otra vez, siempre que visita el teatro, usted asiste a la representación de sus últimos minutos de vida. La escenografía es siempre pobre, precaria. Apenas lo necesario, incluso menos. Pocos actores, muchas veces uno sólo. Pisan el escenario con desgano, repitiendo la misma escena para el espectador que la olvidará apenas deje el lugar. Actos cortos. Suicidios, ataques de corazón, accidentes de auto, asesinatos. Ingresan, actúan, el telón se cierra y usted abandona el lugar.

Dicen que si bien la gente no recuerda lo que observa en el teatro, cuando por fin le llega la hora, tiene la extraña sensación de haber vivido ese momento. Déjà Vu. Lo que ya se ha visto.


El hombre palmeó un par de veces la espalda arqueada del borracho. Mientras pagaba lo que le correspondía, le dijo que ya era hora de irse, al menos para él.


- Me voy a dormir, me voy al teatro – dijo con una sonrisa, mezcla de burla y compasión.

- No esté tan seguro – respondió el borracho mirándolo a los ojos por primera vez en la noche.


Un escalofrío le recorrió la espalda.


El telón se abre lento. Sobre el escenario, una mesa y dos sillas. Sobre la mesa, algunas botellas. Ingresan dos actores. Se sientan dando la espalda al público. Hacen mímica, simulan una conversación en el más completo de los silencios. Luego de algunos segundos uno de ellos se pone de pie. El otro toma por el cuello una de las botellas y la rompe golpeándola contra la mesa.

1 comentario:

Dani dijo...

uuuhmmm... me gustó mucho... me encantan los motivos que tomás como el deja vú, las cajas chinas, los sueños. Son cosas muy copadas para elaborar y reelaborar una y otra vez. Y, antes de embarrarme de nerdismo, te diré que este cuento me hizo acordar a varias cosas...que explayaré quizás en otro momento, jaj. Saludos MatiTregon!