martes, diciembre 28, 2010

La huerta

No es algo que se le haya ocurrido hoy. Incluso antes de mudarse a la nueva casa, cuando el empleado de la inmobiliaria los trajo para verla, la mujer de Carlos dijo que en caso de comprarla, además de uno o dos canteros con flores le gustaría mucho hacer una huerta. Pasadas unas tres semanas desde aquel día, la tarde del domingo es realmente agradable y se presta para trabajar en el jardín. Laura hace pocitos en la tierra y planta de a una las petunias. Mas tarde será el turno de las alegrías del hogar y de los pensamientos que también compró el viernes en el vivero. Allí mismo consiguió las semillas de lechuga criolla y mantecosa, tomate, acelga y zanahoria y aprovechó para instruirse un poco en materia de horticultura. “Surcos de una pala de profundidad y lo que queramos de largo” le indicó a Carlos un rato antes, mientras él tiraba del alargue y acomodaba la radio sobre una silla. Ahora que ya no viven en La Paternal, ir a la cancha del Bicho quedará para algún que otro domingo. Además hoy juegan de visitantes en la Bombonera con lo que, de todas formas, tampoco hubiera ido. Mientras Víctor Hugo Morales grita que la pelota pasó a centímetros del travesaño, Carlos hinca la primera palada en el suelo y se da cuenta de que la tarea no va a ser nada sencilla con la tierra así de dura.

El comisario Gamboa hace una seña de luces, acelera y pasa la encrucijada sin frenar. Las calles del sur de Buenos Aires están desiertas, la madrugada es húmeda y calurosa. Acostado sobre el asiento de atrás viaja Alberto Brizuela. Tiene las manos esposadas, el cuerpo golpeado y la cara manchada de sangre. Cuando Brizuela violó a la primera de las mujeres, Gamboa apenas tomó nota del asunto. Rutina, cosas que uno escucha seguido siendo comisario. Se designa a gente para el seguimiento del caso y a otra cosa. Después de la segunda violación, la preocupación fue un poco mayor. La gente del barrio empezó a inquietarse y a Gamboa siempre le gustó tener las cosas bajo control. Ajustó un poco las tuercas y pegó un par de gritos como para que se pusieran a trabajar en serio y encontraran al tipo de una buena vez. El asunto pasó a ser personal cuando se supo que la tercera víctima había sido, casualidad o no, Victoria Gamboa, hija menor del comisario. Nadie hubiera querido estar en los zapatos de los policías de esa comisaría a la mañana siguiente. Gamboa era pura furia y había que soportarlo. Contra lo que muchos habían vaticinado, el violador volvió a actuar algunos días después y esa vez, con todo el departamento de policía movilizado para atraparlo, no logró escapar. Gamboa agradeció a sus hombres y les hizo saber que él se ocuparía del asunto. El señor comisario no comía vidrio. Las buenas migas con la gente correspondiente se hicieron en su momento y ahora mira a Brizuela por el espejo retrovisor sabiendo que cuenta con el aval para resolver la situación a su manera. Eso sí, le pidieron que tratara de ser discreto y de no dejar rastros. El río puede ser traicionero y devolver la evidencia; la tierra es mejor siempre y cuando esté en algún lugar alejado, como la zona de baldíos que está allá por Monte Grande. Gamboa estaciona el auto y apaga las luces. Obliga a bajar a Brizuela, lo insulta, lo golpea y se adentra junto con él en el pastizal. Algunos minutos después, el sonido seco del disparo se pierde en la noche.

Carlos acaba de terminar con el último de los surcos. Laura le da un beso en la mejilla y le agradece. “¿Ah, sabés qué? La mujer del vivero me dijo que conviene hacer una abonera. Un pozo para ir tirando restos de comida, cáscaras de fruta y ese tipo de cosas. Lo vamos mezclando con tierra y tenemos abono para la huerta. Dale, un esfuercito más. No sé, por allá, al lado del tapial.”

Carlos y Gamboa toman la pala. Jardinero y enterrador eligen exactamente el mismo punto para empezar con el pozo. Latitud y longitud, cosas del azar. Carlos se alivia al comprobar que en esa zona la tierra es más blanda, incluso húmeda. “Será que acá tiene más sombra”. El barro se pega en las palas y dificulta la tarea, los dos las limpian restregándolas contra el pasto y terminan de despegar la tierra mojada con el taco del zapato. Carlos se seca la frente con el brazo y pregunta si así está bien. “Un poquito más profundo y te juro que no te molesto más por hoy”. Rechina la pala de Gamboa, rechina la pala de Carlos. Las gotas de transpiración les caen sobre los ojos y ambos están agitados, sobre todo Gamboa: una tumba requiere más esfuerzo que una abonera. Carlos vuelve a llamar a Laura, que esta vez da su aprobación. Al menos hoy no van a tener oportunidad de encontrarse con Brizuela, aquel día el comisario cavó un poco más profundo.

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